Cartografiar la producción de arquitectura moderna en el Ecuador se presenta como una tarea indispensable para la memoria reciente de las ciudades del país, muchas de las cuales se consolidaron realmente en el siglo XX, cuando los procesos de migración interna de sus últimas décadas lanzaron a la ciudad a miles de personas con el consiguiente crecimiento de la población y del espacio urbano. Si bien ya existían escuelas tanto en Quito como en Guayaquil, encargadas de la profesionalización de ingenieros|arquitectos, la Escuela de Arquitectura adscrita a la Facultad de Ciencias Físicas, Matemáticas e Ingeniería de la Universidad Central gradúa a los primeros arquitectos en los años 50. Sin embargo, la necesidad de profesionales capaces de responder a la creciente demanda en los ámbitos del diseño urbano y del diseño arquitectónico hizo indispensable la creación de una Facultad de Arquitectura y Urbanismo capaz de imaginar y construir un nuevo mundo, concretamente urbano y moderno.
La arquitectura moderna llega a nuestro territorio primero de la mano de varios arquitectos extranjeros provenientes de diferentes latitudes, para luego, a través de la academia, permear la sociedad hasta convertir sus códigos en lenguaje popular. Este fenómeno se da a lo largo de todo el subcontinente, debido tanto a las condiciones culturales como materiales que permitieron procesos de apropiación y resignificación únicos y particulares. Esta capacidad de adaptación de la arquitectura moderna a diferentes entornos responde, evidentemente, a la lógica de producción industrial de la cual parte, sin embargo, debido a las condiciones propias de nuestras economías periféricas, donde lo artesanal todavía prima sobre los procesos mecanizados, se generan nuevas formas de interpretar y expresar los paradigmas de la modernidad.
El papel que juega la escuela de la BAUHAUS en este fenómeno es fundamental, pues su sistema es el que se adopta para estructurar el pensum que se imparte en la facultad así como su pedagogía y metodologías. El resultado de este proceso se materializa no solo en la obra de los profesionales más connotados y reconocidos, sino que se replica incluso en el ámbito de la autoconstrucción, donde se recurre al albañil para diseñar y ejecutar el trabajo bajo los mismo criterios. Nuevos materiales y técnicas constructivas irrumpen en el territorio y el paisaje. La forma moderna comienza a ser la expresión más abundante y prolífica, modificando la relación que manteníamos con el espacio y los objetos, y por lo tanto transformando la vida y la sociedad.
El impacto global del movimiento moderno liderado por los maestros y alumnos de la BAUHAUS es producto de la migración forzada -consecuencia de la persecución política a las ideas que la escuela promovía, aunque muchas veces estas ideas solo estuvieran en el papel-. Por su propia naturaleza y por el momento histórico en el que se constituyó, la escuela también tuvo y mantuvo serias contradicciones, y las interpretaciones que se han hecho sobre la radicalidad de su propuesta suelen ir de un extremo a otro. No obstante, es innegable que su influencia sigue presente y e inclusive, vigente en casi todos los ámbitos del diseño y las artes aplicadas, no se diga en la arquitectura y el urbanismo.
Mapear esta influencia nos permite trazar el hilo conductor de la producción del patrimonio moderno en las ciudades de nuestro país y de la región. Este patrimonio es en la actualidad, el que corre más riesgo de ser destruido. Su localización privilegiada en el espacio urbano, el desconocimiento de su verdadero valor y la falta de mecanismos que permitan su sostenibilidad, lo convierten en el blanco perfecto de la voracidad del mercado. Es nuestro deber, desde la academia y desde la sociedad civil, generar instrumentos que permitan detener este proceso de devastación de una parte importante de nuestra cultura material y nuestra memoria.
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